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refugiados afganistán

Gabriel Cabrera, interprete y trabajador gubernamental español, reconoce que no sabía la que se les venía encima. “Nadie nos avisó del volumen de personas que iban a aterrizar en España procedentes de Kabul. Llamé a distintos departamentos ministeriales, pero todo era un caos y me emplazaban a mandar correos electrónicos. Quería formar un equipo para poder atenderles, así que finalmente opté por publicar un mensaje en Twitter buscando personas que pudieran trabajar en esta crisis.

Según expone, la mayoría de ellas son afganos e iranís que ya habían colaborado anteriormente con los militares y Fuerzas Armadas españolas. “Son muy efectivos. Muchos pidieron el asilo con el primer régimen talibán, por lo que entienden la situación de los actuales refugiados, y ahora trabajan enseñando idiomas como autónomos”, comenta.

“Cuando acaban de llegar suelen estar muy nerviosos y sus conversaciones se basan en dar las gracias multitud de veces a su interlocutor. La casuística de las primeras llamadas suele ser hospitalaria y hay muchos choques culturales. Hay mujeres embarazadas que no quieren ser atendidas por ginecólogos hombres y son capaces de esperar horas a que en el cambio de turno aparezca una ginecóloga. Otras se indignan porque se les pregunta si son fumadoras y tenemos que explicarles que es una pregunta normal y que no se trata de juzgar a nadie”, cuenta.

Por otro lado, explica, muchas se quedan atónitas cuando se les trata de usted. “Nunca nadie lo ha hecho y no están acostumbradas, así que se muestran muy sorprendidas y agradecidas”, dice. Después, los servicios tienen que ver con refugiados que piden apoyo psicológico. Y, más tarde, con cuestiones de carácter administrativo como los empadronamientos o escolarizaciones. “Pronto comenzarán a requerirnos de los ayuntamientos”, prevé.

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